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SERIE: CONTAMINADOS
La batalla por nuestra integridad espiritual no se libra en grandes caídas, sino en pequeñas rendijas mentales. Como Eva, que cedió al diálogo engañoso antes de morder el fruto, hoy enfrentamos tentaciones sutiles: conversaciones que justifican lo incorrecto, imágenes que normalizan lo impuro, o ambientes que erosionan valores. El pecado no nace en el acto, sino en pensamientos que alimentamos en secreto (Mateo 5:28). ¿Qué semillas permitimos que crezcan en nuestra mente? Vigilar esto es el primer paso para evitar que lo trivial contamine lo trascendental.
La sociedad nos entrena para normalizar el mal disfrazado de libertad: mentiras «piadosas», relaciones sin compromiso, o entretenimiento que corroe la moral. Santiago advierte que estos deseos, cuando se arraigan, dan a luz muerte espiritual (1:15). ¿Cómo detectarlo? Si algo que antes nos incomodaba ahora nos parece «aceptable», es señal de contaminación. La solución no es el perfeccionismo, sino honestidad radical: examinar diariamente qué justificamos y por qué. Un corazón limpio no se logra por fuerza propia, sino alineando pensamientos con la verdad de Dios
Dios siempre llega Justo a Tiempo
P. Elias hoyos
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