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A diario cargamos cargas invisibles: preocupaciones laborales, conflictos familiares, deudas que nos ahogan. Oramos pidiendo alivio, pero cuando Dios envía soluciones (un consejo oportuno, una puerta que se abre o hasta un milagro inesperado), seguimos aferrados al peso familiar de la ansiedad. Es la paradoja del cansancio autoimpuesto: queremos que Dios maneje el volante, pero nos negamos a soltar el equipaje en la caja del camión y seguimos sentados dentro del auto pero con la carga en los hombros. ¿De qué sirve acelerar el viaje si seguimos doblados bajo la misma carga?
El verdadero descanso comienza cuando entendemos que Dios no es un ayudante, sino el dueño de la carga. Su promesa no es compartir el peso («tú llevas un lado, yo el otro»), sino quitarlo completo. El Salmo 55:22 en la NTV lo dice claro: «Deja tus cargas con el Señor, y él cuidará de ti». Esto exige algo radical: soltar sin reservas.
DIOS SIEMPRE LLEGA JUSTO A TIEMPO
P. ELIAS HOYOS
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