SERIE: EL DOLOR QUE DA VIDA
Cuando era niño, me corté la pierna intentando ayudar a una vecina con la basura. Llevaba una bolsa que no sabía que contenía un plato roto, y al rozar mi pierna, me causó una herida profunda que necesitó muchos puntos. Pero por no cuidarla bien, se infectó, y el médico tuvo que hacerme un tratamiento doloroso para evitar la gangrena. Aquello me enseñó que el dolor es inevitable en la vida, pero cómo lo manejamos puede marcar la diferencia entre sanar o empeorar.
Así como mi pierna sanó gracias a la habilidad del médico, nuestras heridas emocionales también necesitan un sanador experto. A menudo, tratamos de evitar el dolor, lo escondemos o buscamos consuelo en lugares equivocados. Pero Dios es el sanador por excelencia, el que nos entiende y conoce lo que necesitamos para curarnos. Él nos invita a llevar nuestras cargas a Él, a abrirle nuestro corazón dolido y permitirle que sane nuestras heridas, aunque el proceso pueda ser doloroso.
DIOS SIEMPRE LLEGA JUSTO A TIEMPO
P.Eliashc
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