SERIE: DE LA CASA AL PALACIO
La vida de David nos enseña que las pruebas no son señales de abandono, sino herramientas en las manos de Dios para moldearnos. Como cuando Saúl perseguía a David sin razón, a veces enfrentamos situaciones que parecen detenernos, pero en realidad son «pausas» donde Dios trabaja en silencio. Él no ignora nuestro dolor —Jesús mismo sudó sangre en Getsemaní (Lucas 22:44)—, pero nos invita a confiar incluso cuando no entendemos. «Sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman» (Romanos 8:28, NTV). La fe no niega la realidad, sino que la enfrenta con la certeza de que el Alfarero está creando algo útil en nosotros.
El orgullo y la envidia, como los de Saúl y Caín, son venenos que nos aíslan y ciegan. Saúl prefirió obsesionarse con destruir a David antes que arrepentirse, y Caín dejó que la amargura lo llevara al fratricidio. Hoy, estos males se disfrazan de comparaciones tóxicas («¿Por qué a otros sí y a mí no?») o de luchas por el control. «El orgullo lleva a la destrucción; la arrogancia al fracaso» (Proverbios 16:18, NTV). La solución no está en defendernos, sino en soltar el resentimiento y honrar aun a autoridades imperfectas, como hizo David, sabiendo que Dios juzga con justicia.
Dios siempre llega Justo a Tiempo
P. Elias hoyos
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