Vivimos engañándonos cuando creemos que servir a Dios es sinónimo de acumular títulos, citar versículos o buscar protagonismo espiritual. El verdadero peligro no está en reconocer nuestro orgullo, sino en disfrazarlo con falsa humildad: usar palabras piadosas mientras nuestro corazón sigue aferrado al «yo» (Proverbios 3:5-7 NTV: *»Confía en el Señor con todo tu corazón; no dependas de tu propio entendimiento. Busca su voluntad en todo lo que hagas, y él te mostrará cuál camino tomar»*). ¿De qué sirve hablar de Dios si no permitimos que Él gobierne nuestras decisiones diarias? La fe auténtica no se mide por lo que decimos, sino por cuánto nos quebrantamos ante Su voluntad.
Hemos convertido la oración en una lista de demandas y las promesas bíblicas en herramientas para manipular a Dios. Olvidamos que deleitarnos en Él (Salmo 37:4 NTV) no es un contrato para cumplir nuestros caprichos, sino un llamado a alinear nuestros deseos con los Suyos.
Dios siempre Justo a Tiempo
P. Elias hoyos
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