Siempre he creído que el perdón es como cerrar un ciclo. A menudo, pedimos a Dios que nos quite cosas que no queremos, pero no estamos dispuestos a soltarlas. Vamos por la vida pidiendo fortaleza para cargar con cargas que Dios nunca nos dio. Cuando estamos cansados y queremos tirar la toalla, es importante recordar que Dios no tiene la culpa de nuestras decisiones. Él puede sanar y restaurar nuestros corazones, pero necesitamos estar dispuestos a dejarle entrar.
El perdón nos beneficia más a nosotros que a la persona que perdonamos. Es soltar una carga y disfrutar de la libertad que Dios nos ofrece. Cada vez que no perdonamos, el resentimiento nos gana y se convierte en nuestro jefe. Esa persona que nos hizo daño nos acompañará el resto de nuestra vida si no la perdonamos. Pero mientras haya vida y esperanza, Dios puede sanar y restaurar. Solo necesitamos estar dispuestos a dejar que Él lo haga.
No podemos vivir huyendo de nuestros problemas. Dios nos respalda y nos da la fortaleza para enfrentarlos. Como José con sus hermanos, o Jacob con Esaú, podemos perdonar y reconciliarnos. El perdón es un hábito que debemos practicar todos los días. No se trata de dejar pasar lo que pasó, sino de confrontar, arrepentirnos y poner un punto final. Así, podemos disfrutar de la vida y de las nuevas bendiciones que Dios tiene preparadas para nosotros.
DIOS SIEMPRE LLEGA JUSTO A TIEMPO
P. ELIAS HOYOS
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